jueves, 17 de julio de 2008

El día del orgullo pureta


Ramón Reig
Con el debido permiso y sin él quería decir que estamos aquí los puretas de 40, 50, 60 años y más, con dos cojones por banda y ovarios a toda vela, que no nos hemos muerto aunque nos quieran matar y que vamos a dar por saco muchos años, lo siento por los modernos, posmodernos y demás miembros/as del pensamiento débil. Personalmente, me lo paso bomba con lo que veo: los Jóvenes Aunque Suficientemente Preparados (JASP) por todas partes. Les deseo suerte desde la última generación realmente pensante que queda: la de los puretas. Ya después llega la generación del huevo frito, huevo duro, huevo pasado por agua, eso es lo que hay: algo o mucho de desparpajo y de mala leche, idiomas, informática y a vivir y a medrar, no hay más cera que la que arde. A trabajar sobre la base del huevo, o sea, del mercado, eso no es que ya no se cuestione, es que no se sabe ni que se puede cuestionar.
Hay un segmento poblacional que lo cuestiona, por ejemplo en el periodismo, pero está acojonado, dentro de la ley del silencio y de la espiral del silencio. Qué ¿qué es eso, me dices, querido JASP? Que te lo cuenten tus padres, si se acuerdan. Me lo paso bomba viendo a la gente echándole la culpa a Zapatero o a Rajoy de la crisis, buscando asociaciones diversas y actividades múltiples para darle sentido a sus vidas anodinas, cansinas y miserables.
Hay puretas que se han acomodado y han acomodado a los JASP, a los que han lavado el coco con eso de que viven en democracia y libertad. Pero estamos otros que seguimos en la brecha. Eso sí, desde hace decenios se aplica contra nosotros una especie de limpieza étnica, un laminado generacional, una lenta noche de los cuchillos largos, sólo se nos saca de casa de vez en cuando para darle apariencia de pluralismo a algún sarao. Les explico para que se enteren también los JASP.
Antes de cascarla Franco, estábamos por todas partes: en los movimientos culturales, vecinales, sanitarios, estudiantiles, periodísticos, profesionales en general. Y, claro, en eso que se llamaba movimiento obrero. Nos agrupábamos en círculos primero clandestinos y luego tolerados. En ellos sabíamos más o menos quién era quién, incluso quién era homosexual, lesbiana, feminista, creyente o ateo. Eso no importaba, allí no nos parábamos a medir cuotas ni leches porque estaba asumido que: a) El enemigo era Franco y el mercado y que cuando muriera Franco llegaría una democracia como la que tenemos aunque, eso sí, nunca sospechábamos (al menos yo) que llegaría a tal grado de estupidez, ajena a lo que es el pensamiento ilustrado y de izquierdas; b) Todos éramos iguales, éramos seres humanos con igualdad de derechos, los homosexuales a veces estaban al frente de una movida y lo sabíamos. No pasaba nada, eran competentes para eso y bastaba. Como las mujeres. Nuestras feministas tenían claro que no se trataba de mujer u hombre sino de contexto intrínsecamente violento y era contra ese contexto contra el que había que ir: machos y hembras de la mano. Lo de las Bibianas y sus idioteces ha llegado después, con los de los cuarenta años de vacaciones.
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