Desde hace 15 años los países del mundo se reúnen para acordar medidas que frenen el cambio climático. En pocas de esas cumbres se ha logrado dar pasos efectivos hacia el objetivo porque, en general, a los gobiernos les ha faltado la voluntad política necesaria. Aunque se reconoce la gravedad del problema y se acepta que está causado principalmente por el uso de combustibles fósiles… reducir ese uso implica profundos cambios en el sistema económico vigente e incluso en el estilo del vida de los ciudadanos de los países desarrollados.
Hay que remontarse a 1997 para encontrar una reunión climática con trascendencia histórica, fue en la ciudad japonesa de Kioto que así dio nombre al primer Protocolo internacional de reducción de emisiones, con objetivos concretos aunque muy escasos (y aún menos efectivos) para una treintena de naciones del entonces llamado “primer mundo”. Para ser fieles a la realidad habría que contar que el Protocolo de Kioto comenzó a nacer en diciembre del 97 ¡pero no estuvo terminado hasta 2005! Llevó siete años elaborar un texto legalmente vinculante cuyos objetivos de reducción hoy todo el mundo reconoce como totalmente insuficientes y que debían cumplirse una década después, entre 2008 y 2012.
Hay que remontarse a 1997 para encontrar una reunión climática con trascendencia histórica, fue en la ciudad japonesa de Kioto que así dio nombre al primer Protocolo internacional de reducción de emisiones, con objetivos concretos aunque muy escasos (y aún menos efectivos) para una treintena de naciones del entonces llamado “primer mundo”. Para ser fieles a la realidad habría que contar que el Protocolo de Kioto comenzó a nacer en diciembre del 97 ¡pero no estuvo terminado hasta 2005! Llevó siete años elaborar un texto legalmente vinculante cuyos objetivos de reducción hoy todo el mundo reconoce como totalmente insuficientes y que debían cumplirse una década después, entre 2008 y 2012.
Independientemente de la eficacia ambiental y el grado de cumplimiento del vigente Protocolo, es evidente que no podemos permitirnos reproducir sus alambicados procesos de negociación, porque diez años es el plazo que los científicos del clima dan para detener el aumento de las emisiones globales de gases de efecto invernadero y comenzar una reducción que las sitúe hacia mitad de siglo al 50% de lo que se arrojó a la atmósfera en 1990. Si no lo conseguimos es muy probable que el aumento de temperatura en el planeta supere los 2º C y los impactos del cambio climático sean tremendamente extensos y graves.
Nadie duda de la dificultad de reducir emisiones en la fuerte cuantía necesaria, ni de la complejidad de lograr un acuerdo mundial… pero retrasarlo sólo lo hará más difícil. Si las medidas que cada país ha tomado para cumplir Kioto, por escasas que sean, no tiene continuidad tras 2012 las señales de transformación que estaban llegando a las sociedades, se perderán y se puede asegurar que las emisiones continuarán creciendo sin control. Necesitamos que en 2013 haya normas para reducir emisiones y sean mucho más ambiciosas que las actuales.
Los países industrializados tienen que asumir su responsabilidad sobre el CO2 ya acumulado en la atmósfera, por ello y por su mayor capacidad financiera y tecnológica, su reducción de emisiones en 2020 tiene que ser del 40% sobre la situación de 1990. Una reducción que debe realizarse íntegramente en su territorio, la que se obtenga de terceros países ha de contabilizarse aparte.
Los países recientemente industrializados (China, India, Brasil …) también han de limitar el crecimiento de sus emisiones en los próximos decenios. Aunque es patente la diferencia en toneladas de CO2e por habitante con los países sobredesarrollados y tienen derecho a aumentar su consumo energético, si lo hacen apoyándose en combustibles fósiles no se podrá evitar un aumento de temperatura peligroso. Los estados industrializados, que han creado el problema, son responsables de aportar financiación, tecnología y capacitación social para que alcancen un nivel de bienestar justo.
En áspero contraste con los objetivos necesarios, lo que los países industrializados han puesto hasta ahora en las numerosas mesas de negociación alcanza como mucho a reducir sus emisiones al 12% de las de 1990 (es decir, ¡apenas siete puntos más que las del vigente y muy escaso Protocolo de Kioto!). La situación es un lamentable ejemplo de lo que se llama “falta de voluntad política”. Por no hablar de los avances nulos en transferencia de tecnología y recursos a las naciones empobrecidas.
A finales de noviembre ya se declara sin pudor que “no queda tiempo” para lograr un nuevo protocolo en Copenhague, e incluso se habla de retrasarlo un año entero hasta la siguiente cumbre. Pero no es tiempo lo que falta, son ganas de enfrentar el problema del cambio climático. Los EEUU no pueden ser una excusa para aceptar el bloqueo del proceso porque, aunque se decidieran a presentar un objetivo, seguramente será muy insuficiente (tanto como recuperar su viejo objetivo de Kioto, - 7%, diez años después). La Unión Europea tiene que liderar el proceso, demostrar que la crisis climática no es menos importante que la crisis económica porque un futuro próximo marcado por sequías e inundaciones frecuentes es un escenario que asegura la extensión de la pobreza y los conflictos.
Ya se han apurado demasiado los plazos para elaborar una nueva ley sobre el cambio climático, pues una vez se acuerde ha de recorrer los parlamentos de todos los estados del mundo que la firmen. Por eso no puede esperarse un año más.
Los gobiernos tal vez, pero nosotr@s no podemos permitirnos un fracaso en Copenhague.
Nadie duda de la dificultad de reducir emisiones en la fuerte cuantía necesaria, ni de la complejidad de lograr un acuerdo mundial… pero retrasarlo sólo lo hará más difícil. Si las medidas que cada país ha tomado para cumplir Kioto, por escasas que sean, no tiene continuidad tras 2012 las señales de transformación que estaban llegando a las sociedades, se perderán y se puede asegurar que las emisiones continuarán creciendo sin control. Necesitamos que en 2013 haya normas para reducir emisiones y sean mucho más ambiciosas que las actuales.
Los países industrializados tienen que asumir su responsabilidad sobre el CO2 ya acumulado en la atmósfera, por ello y por su mayor capacidad financiera y tecnológica, su reducción de emisiones en 2020 tiene que ser del 40% sobre la situación de 1990. Una reducción que debe realizarse íntegramente en su territorio, la que se obtenga de terceros países ha de contabilizarse aparte.
Los países recientemente industrializados (China, India, Brasil …) también han de limitar el crecimiento de sus emisiones en los próximos decenios. Aunque es patente la diferencia en toneladas de CO2e por habitante con los países sobredesarrollados y tienen derecho a aumentar su consumo energético, si lo hacen apoyándose en combustibles fósiles no se podrá evitar un aumento de temperatura peligroso. Los estados industrializados, que han creado el problema, son responsables de aportar financiación, tecnología y capacitación social para que alcancen un nivel de bienestar justo.
En áspero contraste con los objetivos necesarios, lo que los países industrializados han puesto hasta ahora en las numerosas mesas de negociación alcanza como mucho a reducir sus emisiones al 12% de las de 1990 (es decir, ¡apenas siete puntos más que las del vigente y muy escaso Protocolo de Kioto!). La situación es un lamentable ejemplo de lo que se llama “falta de voluntad política”. Por no hablar de los avances nulos en transferencia de tecnología y recursos a las naciones empobrecidas.
A finales de noviembre ya se declara sin pudor que “no queda tiempo” para lograr un nuevo protocolo en Copenhague, e incluso se habla de retrasarlo un año entero hasta la siguiente cumbre. Pero no es tiempo lo que falta, son ganas de enfrentar el problema del cambio climático. Los EEUU no pueden ser una excusa para aceptar el bloqueo del proceso porque, aunque se decidieran a presentar un objetivo, seguramente será muy insuficiente (tanto como recuperar su viejo objetivo de Kioto, - 7%, diez años después). La Unión Europea tiene que liderar el proceso, demostrar que la crisis climática no es menos importante que la crisis económica porque un futuro próximo marcado por sequías e inundaciones frecuentes es un escenario que asegura la extensión de la pobreza y los conflictos.
Ya se han apurado demasiado los plazos para elaborar una nueva ley sobre el cambio climático, pues una vez se acuerde ha de recorrer los parlamentos de todos los estados del mundo que la firmen. Por eso no puede esperarse un año más.
Los gobiernos tal vez, pero nosotr@s no podemos permitirnos un fracaso en Copenhague.
No hay comentarios:
Publicar un comentario