*Pedro Chaves
Siguen entristeciendo las cifras brutales que deja la crisis, entre ellas la del desempleo. Un drama económico, social y político. Pero la misma congoja nos hace preguntarnos por el brutal gap entre la magnitud de las malas noticias y la debilidad de las respuestas. ¿Cómo es posible que no aflore de manera más expresiva y organizada el malestar? ¿Cómo explicar que las cifras insólitas del derrumbe económico y sus consecuencias sociales, se estén sobrellevando como si nada pasara? Naturalmente, hay temor e inseguridad. Y ya conocemos que la incertidumbre paraliza las sociedades, las hace más sumisas y obedientes al poder. Es el milagro político del miedo. Pero parafraseando a John Berger, necesitamos recursos para convertir las malas noticias en verdades. Precisamos reconstruir las mediaciones que hagan legible este momento y ofrezcan, a continuación, algunas alternativas.
La explicación más de fondo para esos inquietantes interrogantes, remite a esa inaudita capacidad de hegemonía que ha demostrado el pensamiento neocon durante estas décadas. Las sociedades han sido reformateadas culturalmente en un paradigma que ha colocado el mercado en el centro de las soluciones. Pero como la capacidad del mercado para enamorar es muy limitada la narrativa liberal ha construido un imaginario seductor alrededor de un concepto muy potente: la libertad. Esa asociación perversa entre libertad y mercado ha despolitizado e individualizado los conflictos de modo y manera que estos son ahora codificados en términos estrictamente individuales. Que la enseñanza pública está mal: me voy a la concertada. Que la sanidad pública me incomoda (demasiados inmigrantes, viejos/as y pobres), me voy a la privada. La vida convertida en una sucesión de novedosas e intensas experiencias previo paso por taquilla.
La individualización de los conflictos, su despolitización, ha sido uno de los principales recursos para el desmantelamiento del entramado político-institucional deudor del Estado del bienestar. Por esa vía, las organizaciones sociales y los partidos políticos de izquierdas han sufrido singularmente. Sobre todo, han perdido una buena parte de esa capacidad de representación de los y las de abajo que les daba sentido y perspectiva histórica.
Habría razones para el desánimo, claro. Pero hay buenas y poderosas razones para pensar en la viabilidad de las alternativas. En la existencia de experiencias y condiciones para hacer de las malas noticias, verdades en condiciones de ser representadas políticamente.
El pasado mes de enero (en la fiesta de reyes) desalojaron el Patio Maravillas y el mismo día se reabrió en otro lugar, parecería, una vez más, que la respuesta ha sido limitada, pero en esta ocasión la trascendencia ha sido un poco mayor de la imaginada. Madrid ha mirado con simpatía una experiencia que pone de manifiesto la existencia de una contradicción lacerante para los poderes: ¿por qué es mejor un desalojo policial para preservar un bien codiciado por su valor especulativo que mantener y sostener una experiencia de autogestión que había convertido un estercolero en un centro cultural? Y la simpatía ha sido mayor porque la capacidad de iniciativa de esa experiencia se estaba haciendo sobre la base de la cooperación, la solidaridad y el trabajo voluntario.
Como otras experiencias en el país, este espacio social resistente y alternativo pone de relieve las potencialidades del trabajo en red, de la cooperación basada en la voluntariedad y en la solidaridad y es capaz de rescatar energías sociales que, de otro modo, serían subordinadas por el mercado.
Frente a otras modas, lo interesante de esta experiencia es que una subcultura de la protesta no puede ser fagocitada por la subcultura del poder. Lo ocurrido con este desalojo y su respuesta, como lo acontecido con los activistas de Greenpeace detenidos en Dinamarca, muestra las evidentes grietas que el, otrora, inmaculado muro del poder presenta. Pero evidencia también las limitaciones de una izquierda casposa, abotargada e institucionalizada para entender estas y otras señales y tratar de crecer y reconstituirse en esos espacios.
Hay mucha energía rebelde que subsiste en lo social y que tiene diferentes grados de visibilidad, de articulación y de madurez. No todo es limpio e inmaculado, claro, pero, sin dudarlo, los laboratorios de innovación y cambio en el espacio alternativo están hoy mucho más en la izquierda social que en la política.
Y sin embargo, es imprescindible una izquierda sugerente, sutil y sexy que promueva y estimule la articulación de todos esos espacios en una nueva lógica de relación entre lo social y lo político. Tenemos que pasar de relaciones de subordinación y representación a espacios de cooperación flexibles y de aprendizaje mutuo. En este viaje la misma forma partido debe ser reinventada, reconstruida, no solo reinterpretada.
En fin, necesitamos pasar de la levedad programática a escenarios de propuestas fuertes con capacidad de atracción, bien fundamentadas y creíbles. Precisamos una nueva narrativa que dispute al pensamiento liberal la palabra libertad y le dote de un nuevo sentido en esta lógica de la solidaridad atravesada por el conflicto político. No estará de más, quizá, revisitar el estado, las instituciones y recuperar una esfera pública digna de tal nombre. Por último, un proceso o procesos de esta envergadura generaran nuevos liderazgos y nuevos modos de representar esta enorme diversidad y riqueza de espacios y de experiencias.
La izquierda alternativa vive la necesidad de reinventarse, importa poco como denominemos a este proceso. Y en esta coyuntura de la perplejidad el riesgo mayor es, justamente, no arriesgar. Es tiempo para mirar con generosidad y alguna que otra altura de miras. Veremos.
La explicación más de fondo para esos inquietantes interrogantes, remite a esa inaudita capacidad de hegemonía que ha demostrado el pensamiento neocon durante estas décadas. Las sociedades han sido reformateadas culturalmente en un paradigma que ha colocado el mercado en el centro de las soluciones. Pero como la capacidad del mercado para enamorar es muy limitada la narrativa liberal ha construido un imaginario seductor alrededor de un concepto muy potente: la libertad. Esa asociación perversa entre libertad y mercado ha despolitizado e individualizado los conflictos de modo y manera que estos son ahora codificados en términos estrictamente individuales. Que la enseñanza pública está mal: me voy a la concertada. Que la sanidad pública me incomoda (demasiados inmigrantes, viejos/as y pobres), me voy a la privada. La vida convertida en una sucesión de novedosas e intensas experiencias previo paso por taquilla.
La individualización de los conflictos, su despolitización, ha sido uno de los principales recursos para el desmantelamiento del entramado político-institucional deudor del Estado del bienestar. Por esa vía, las organizaciones sociales y los partidos políticos de izquierdas han sufrido singularmente. Sobre todo, han perdido una buena parte de esa capacidad de representación de los y las de abajo que les daba sentido y perspectiva histórica.
Habría razones para el desánimo, claro. Pero hay buenas y poderosas razones para pensar en la viabilidad de las alternativas. En la existencia de experiencias y condiciones para hacer de las malas noticias, verdades en condiciones de ser representadas políticamente.
El pasado mes de enero (en la fiesta de reyes) desalojaron el Patio Maravillas y el mismo día se reabrió en otro lugar, parecería, una vez más, que la respuesta ha sido limitada, pero en esta ocasión la trascendencia ha sido un poco mayor de la imaginada. Madrid ha mirado con simpatía una experiencia que pone de manifiesto la existencia de una contradicción lacerante para los poderes: ¿por qué es mejor un desalojo policial para preservar un bien codiciado por su valor especulativo que mantener y sostener una experiencia de autogestión que había convertido un estercolero en un centro cultural? Y la simpatía ha sido mayor porque la capacidad de iniciativa de esa experiencia se estaba haciendo sobre la base de la cooperación, la solidaridad y el trabajo voluntario.
Como otras experiencias en el país, este espacio social resistente y alternativo pone de relieve las potencialidades del trabajo en red, de la cooperación basada en la voluntariedad y en la solidaridad y es capaz de rescatar energías sociales que, de otro modo, serían subordinadas por el mercado.
Frente a otras modas, lo interesante de esta experiencia es que una subcultura de la protesta no puede ser fagocitada por la subcultura del poder. Lo ocurrido con este desalojo y su respuesta, como lo acontecido con los activistas de Greenpeace detenidos en Dinamarca, muestra las evidentes grietas que el, otrora, inmaculado muro del poder presenta. Pero evidencia también las limitaciones de una izquierda casposa, abotargada e institucionalizada para entender estas y otras señales y tratar de crecer y reconstituirse en esos espacios.
Hay mucha energía rebelde que subsiste en lo social y que tiene diferentes grados de visibilidad, de articulación y de madurez. No todo es limpio e inmaculado, claro, pero, sin dudarlo, los laboratorios de innovación y cambio en el espacio alternativo están hoy mucho más en la izquierda social que en la política.
Y sin embargo, es imprescindible una izquierda sugerente, sutil y sexy que promueva y estimule la articulación de todos esos espacios en una nueva lógica de relación entre lo social y lo político. Tenemos que pasar de relaciones de subordinación y representación a espacios de cooperación flexibles y de aprendizaje mutuo. En este viaje la misma forma partido debe ser reinventada, reconstruida, no solo reinterpretada.
En fin, necesitamos pasar de la levedad programática a escenarios de propuestas fuertes con capacidad de atracción, bien fundamentadas y creíbles. Precisamos una nueva narrativa que dispute al pensamiento liberal la palabra libertad y le dote de un nuevo sentido en esta lógica de la solidaridad atravesada por el conflicto político. No estará de más, quizá, revisitar el estado, las instituciones y recuperar una esfera pública digna de tal nombre. Por último, un proceso o procesos de esta envergadura generaran nuevos liderazgos y nuevos modos de representar esta enorme diversidad y riqueza de espacios y de experiencias.
La izquierda alternativa vive la necesidad de reinventarse, importa poco como denominemos a este proceso. Y en esta coyuntura de la perplejidad el riesgo mayor es, justamente, no arriesgar. Es tiempo para mirar con generosidad y alguna que otra altura de miras. Veremos.
*Pedro Chaves Giraldo es profesor de Ciencia Política de la Universidad Carlos III de Madrid. Este artículo ha sido publicado en SinPermiso
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