martes, 15 de abril de 2008

Otro Tíbet es posible, pero no sin China

Rafael Poch
En Tíbet esa empresa forastera, conducida por forasteros, destruye la cultura local, íntimamente vinculada a la religión budista, precisamente porque los tibetanos tienen un papel muy reducido y subalterno en su conducción. Ya no es solo un problema de "comunismo", ni de "libertad religiosa", aunque la estampa del Dalai Lama esté prohibida en el ámbito público (no en el privado), y los monasterios estén sometidos a un control indigno, que incluye cámaras de video de vigilancia en su interior… Es un problema de equidad, de justicia, de malestar ante un modelo social ajeno y materialista.
El "progreso" de Lhasa, beneficia sobre todo a los colonos chinos, que, gracias a las nuevas infraestructuras, llegan en mayor número a la ciudad, donde ya son mayoría, impulsados por su propia pobreza y espíritu emprendedor. En pocos lugares de China la diferencia de ingresos, la desigualdad, es tan acusada como en Tíbet.
No es un política deliberada de Pekín, pero su resultado crea una divisoria étnica en cuanto a los beneficios del desarrollo. Para contrarrestarla, se lleva a cabo una política de desarrollo rural. La población rural de Tíbet es casi totalmente tibetana. Esa política incluye una masiva campaña de urbanización que envía a las ciudades, o a casas al borde de las carreteras, a pastores nómadas. Algunos observadores apuntan que está convirtiendo en seres desarraigados o marginados sociales a muchos de ellos. Otros, incluídos algunos tibetólogos occidentales de gran prestigio, sostienen puntos de vista favorables hacia esa política.
La sensación de los tibetanos es que una modernización que ellos no gobiernan les está convirtiendo en ciudadanos de segunda clase en su propia tierra. Y cuanto más avanza ese progreso y esa modernización, cuanto más pintados y reconstruidos están sus monasterios para atraer el dinero de los turistas, más degradados y marginados se ven.
El activismo es necesario. Sin presión de abajo nunca ha habido cambio social, pero hay que tener bien presente la absoluta imposibilidad de una independencia tibetana, menos aun en el marco del "Gran Tíbet" reclamado por el propio Dalai Lama. Pekín nunca dará a los tibetanos, que representan menos del 1% de la población de China, el control administrativo sobre una cuarta parte del territorio de la República Popular China. China no tiene la más mínima intención de negociar sobre tal presupuesto.
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