Los resultados de la Izquierda Arcoiris en Italia junto a los cosechados por IU en España dan muestra del empequeñecimiento del espacio electoral a la izquierda de la socialdemocracia en Europa y de las negras perspectivas que, aparentemente, parecieran tener estas opciones para un próximo futuro. Si es por abundar podríamos incorporar aquí la debacle histórica del Partido Comunista Francés o la irrelevancia de este tipo de formaciones en casi todos los países europeos.
No obstante, otras experiencias advierten contra la tendencia a sacar conclusiones precipitadas y cuya generalización, por más de elegante, pudiera ser rotundamente falsa. En Holanda, Alemania, Grecia o Portugal la izquierda no socialdemócrata mantiene o ha mejorado posiciones y parecería así cuestionar la tesis principal: la izquierda alternativa está desapareciendo en toda Europa. Podría adicionalmente añadirse a la lista anterior Chipre o la República Checa, pero en un caso por razones históricas y en otro por razones de contexto no tiene mucho sentido su inclusión.
Pero bien mirado habría que consentir en que las experiencias antes referidas más que marcar un camino de recuperación parecen ubicarse en el espacio de la resistencia. Y en ninguno de los casos parecen ofrecerse como alternativas de poder ni a corto ni a medio plazo (a largo plazo todos calvos). Dicho en términos más clásicos: el fin de las expectativas de cambio sistémico radical han acabado con las posibilidades de los partidos de la izquierda no socialdemócrata como alternativas de poder. Todo lo más estos partidos parecen entregados a la ingente tarea de reinventarse permanentemente en busca de un espacio político en vías de agotamiento.
Las razones de este desfondamiento de los partidos tradicionalmente revolucionarios tiene que ver con la conjunción de varios cambios iniciados en la época del welfare state y rematados por las consecuencias sociales y políticas de los procesos de globalización en curso.
La lógica económica y las consecuencias sociales y culturales de los estados sociales y democráticos de derecho quebró la perspectiva de cambio sistémico entre otras razones, porque la mejora del bienestar en Europa y los procesos de movilidad social ascendente alejaron a una parte sustancial de la base social de estos partidos de sus referentes políticos.
El sistema político y de representación cambió –del partido "atrapalotodo" a los procesos de cartelización- y los intentos de algunas de estas organizaciones (el eurocomunismo entre otras) por adaptarse a los nuevos tiempos se saldaron con meritorios fracasos. La prueba del nueve de que la evolución del sistema político iba en la dirección de constreñir este espacio se reconoce en el hecho de que todos los intentos de ruptura con estos empeños de adaptación realizados desde "la izquierda" han terminado en el extraparlamentarismo sin excepción.
El desafío es una figura con cuatro lados: uno de ellos estaría constituido por los elementos culturales (la lucha por la hegemonía) que deben expresarse en construir un nuevo modo de mirar, organizar un nuevo sentido común que permita una explicación alternativa a la conservadora sobre los nuevos conflictos. Esto quiere decir volver a colocar la lucha por la hegemonía en primer lugar, no de una manera abstracta, pero no conseguiremos mejorar nuestra situación solo desde "la política". Es imprescindible una articulación con "lo político", recuperar la voluntad de explicar el mundo para transformarlo. Esto tiene implicaciones políticas y organizativas importantes. Entre otras aplicarse a convertir en energía de cambio el inmenso caudal de pensamiento crítico individualizado y disperso que existe en nuestro país. Conviene dejar claro, aquí, que esto tiene poco que ver con recuperar, sin más, viejos conceptos y viejos símbolos: hay que renombrar la emancipación y hacerla visible con nuevos ropajes. Hay que construir una nueva expresividad para nuevas identidades emancipatorias. Tampoco es lo más importante apellidar ahora a la organización buscando adjetivos sonoros y aparentemente antisistémicos. Ganar credibilidad, respeto político y capacidad de propuesta en las actuales condiciones depende menos de los nombres de la cosa que de la capacidad de ésta de responder a las expectativas.
Un segundo lado lo formaría el esfuerzo por construir un nuevo molde organizativo. Hay que aprender de la experiencia: cada cambio en el discurso debe acompañarse por un cambio en el modelo de organización, no solo en la dirección política que pretende acompañar los nuevos momentos. Hay que adaptarse a un mundo en red y con una sobresaturación de información importante. Un mundo, además, bastante alejado de la ética y la estética del sacrificio tan propio de otras condiciones. La organización tiene que hacer posible la máxima eficacia práctica (es decir, política), con la creación de comunidad. No es posible hoy (tampoco lo fue ayer) ningún grado de compromiso sin la creación de recursos y prácticas que nos permitan pensarnos en términos de un "nosotros/as" que justifique los eventuales costes de la acción colectiva. Nadie se involucra en una organización sólo por un hecho racional. Hay elementos emocionales sin los cuales no es comprensible la vida asociativa. Así es que preocuparse por pensar en cómo organizarla vida común de manera que esta sea amable, integradora etc… es indispensable para llevar a buen puerto los objetivos de la izquierda transformadora.
Al tercer lado le correspondería reinventar nuevos modos de politización de los conflictos y una nueva relación entre lo social y lo político. La clave es entender que hay que reconstruir una nueva relación entre los conflictos sociales y su representación política. Ya no hay automatismos. En los debates televisados de las últimas elecciones Mariano Rajoy, el líder del PP, se presentó como el portavoz de los sectores populares afectados por las subidas de precios y la carestía de la vida. También de los sectores medios golpeados por la subida de las hipotecas y unas inciertas expectativas económicas. Lo más relevante es que la "representación" resultaba creíble. Es decir, no había ninguna razón para desmerecer el intento de apropiación electoral del PP de sectores que en otras condiciones hubieran mirado con más convicción a su izquierda.
Repolitizar lo social es insertarse en los nuevos conflictos, ofrecer recursos y alternativas. Significa combinar la acción reivindicativa con ese nuevo sentido común que reclamamos. Significa también entender que este capitalismo voraz depredador ha generado nuevos espacios de conflicto, nuevas fracturas, nuevas espacios de confrontación que precisan una explicación, una propuesta de acción y una representación política. Lo importante aquí es recordar que ya no hay "representación natural" de los conflictos. En el espacio de lo social globalizado se han borrado los ejes izquierda-derecha y debemos aplicarnos a la tarea de construir nuevos puentes para nuevos tiempos.
El último lado debería construirse sobre la idea de un nuevo modelo de liderazgo en condiciones de poder expresar esta vocación de cambio y de alternativa. En primer lugar, que a la izquierda alternativa la representen gentes que tengan algo que ver con su base social y electoral. En segundo lugar, liderazgos en condiciones de llevar adelante con resolución las tareas que estas nuevas circunstancias exigen. En tercer lugar, liderazgos que sepan que, en las actuales circunstancias, la salida está en una mirada hacia fuera.
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No obstante, otras experiencias advierten contra la tendencia a sacar conclusiones precipitadas y cuya generalización, por más de elegante, pudiera ser rotundamente falsa. En Holanda, Alemania, Grecia o Portugal la izquierda no socialdemócrata mantiene o ha mejorado posiciones y parecería así cuestionar la tesis principal: la izquierda alternativa está desapareciendo en toda Europa. Podría adicionalmente añadirse a la lista anterior Chipre o la República Checa, pero en un caso por razones históricas y en otro por razones de contexto no tiene mucho sentido su inclusión.
Pero bien mirado habría que consentir en que las experiencias antes referidas más que marcar un camino de recuperación parecen ubicarse en el espacio de la resistencia. Y en ninguno de los casos parecen ofrecerse como alternativas de poder ni a corto ni a medio plazo (a largo plazo todos calvos). Dicho en términos más clásicos: el fin de las expectativas de cambio sistémico radical han acabado con las posibilidades de los partidos de la izquierda no socialdemócrata como alternativas de poder. Todo lo más estos partidos parecen entregados a la ingente tarea de reinventarse permanentemente en busca de un espacio político en vías de agotamiento.
Las razones de este desfondamiento de los partidos tradicionalmente revolucionarios tiene que ver con la conjunción de varios cambios iniciados en la época del welfare state y rematados por las consecuencias sociales y políticas de los procesos de globalización en curso.
La lógica económica y las consecuencias sociales y culturales de los estados sociales y democráticos de derecho quebró la perspectiva de cambio sistémico entre otras razones, porque la mejora del bienestar en Europa y los procesos de movilidad social ascendente alejaron a una parte sustancial de la base social de estos partidos de sus referentes políticos.
El sistema político y de representación cambió –del partido "atrapalotodo" a los procesos de cartelización- y los intentos de algunas de estas organizaciones (el eurocomunismo entre otras) por adaptarse a los nuevos tiempos se saldaron con meritorios fracasos. La prueba del nueve de que la evolución del sistema político iba en la dirección de constreñir este espacio se reconoce en el hecho de que todos los intentos de ruptura con estos empeños de adaptación realizados desde "la izquierda" han terminado en el extraparlamentarismo sin excepción.
El desafío es una figura con cuatro lados: uno de ellos estaría constituido por los elementos culturales (la lucha por la hegemonía) que deben expresarse en construir un nuevo modo de mirar, organizar un nuevo sentido común que permita una explicación alternativa a la conservadora sobre los nuevos conflictos. Esto quiere decir volver a colocar la lucha por la hegemonía en primer lugar, no de una manera abstracta, pero no conseguiremos mejorar nuestra situación solo desde "la política". Es imprescindible una articulación con "lo político", recuperar la voluntad de explicar el mundo para transformarlo. Esto tiene implicaciones políticas y organizativas importantes. Entre otras aplicarse a convertir en energía de cambio el inmenso caudal de pensamiento crítico individualizado y disperso que existe en nuestro país. Conviene dejar claro, aquí, que esto tiene poco que ver con recuperar, sin más, viejos conceptos y viejos símbolos: hay que renombrar la emancipación y hacerla visible con nuevos ropajes. Hay que construir una nueva expresividad para nuevas identidades emancipatorias. Tampoco es lo más importante apellidar ahora a la organización buscando adjetivos sonoros y aparentemente antisistémicos. Ganar credibilidad, respeto político y capacidad de propuesta en las actuales condiciones depende menos de los nombres de la cosa que de la capacidad de ésta de responder a las expectativas.
Un segundo lado lo formaría el esfuerzo por construir un nuevo molde organizativo. Hay que aprender de la experiencia: cada cambio en el discurso debe acompañarse por un cambio en el modelo de organización, no solo en la dirección política que pretende acompañar los nuevos momentos. Hay que adaptarse a un mundo en red y con una sobresaturación de información importante. Un mundo, además, bastante alejado de la ética y la estética del sacrificio tan propio de otras condiciones. La organización tiene que hacer posible la máxima eficacia práctica (es decir, política), con la creación de comunidad. No es posible hoy (tampoco lo fue ayer) ningún grado de compromiso sin la creación de recursos y prácticas que nos permitan pensarnos en términos de un "nosotros/as" que justifique los eventuales costes de la acción colectiva. Nadie se involucra en una organización sólo por un hecho racional. Hay elementos emocionales sin los cuales no es comprensible la vida asociativa. Así es que preocuparse por pensar en cómo organizarla vida común de manera que esta sea amable, integradora etc… es indispensable para llevar a buen puerto los objetivos de la izquierda transformadora.
Al tercer lado le correspondería reinventar nuevos modos de politización de los conflictos y una nueva relación entre lo social y lo político. La clave es entender que hay que reconstruir una nueva relación entre los conflictos sociales y su representación política. Ya no hay automatismos. En los debates televisados de las últimas elecciones Mariano Rajoy, el líder del PP, se presentó como el portavoz de los sectores populares afectados por las subidas de precios y la carestía de la vida. También de los sectores medios golpeados por la subida de las hipotecas y unas inciertas expectativas económicas. Lo más relevante es que la "representación" resultaba creíble. Es decir, no había ninguna razón para desmerecer el intento de apropiación electoral del PP de sectores que en otras condiciones hubieran mirado con más convicción a su izquierda.
Repolitizar lo social es insertarse en los nuevos conflictos, ofrecer recursos y alternativas. Significa combinar la acción reivindicativa con ese nuevo sentido común que reclamamos. Significa también entender que este capitalismo voraz depredador ha generado nuevos espacios de conflicto, nuevas fracturas, nuevas espacios de confrontación que precisan una explicación, una propuesta de acción y una representación política. Lo importante aquí es recordar que ya no hay "representación natural" de los conflictos. En el espacio de lo social globalizado se han borrado los ejes izquierda-derecha y debemos aplicarnos a la tarea de construir nuevos puentes para nuevos tiempos.
El último lado debería construirse sobre la idea de un nuevo modelo de liderazgo en condiciones de poder expresar esta vocación de cambio y de alternativa. En primer lugar, que a la izquierda alternativa la representen gentes que tengan algo que ver con su base social y electoral. En segundo lugar, liderazgos en condiciones de llevar adelante con resolución las tareas que estas nuevas circunstancias exigen. En tercer lugar, liderazgos que sepan que, en las actuales circunstancias, la salida está en una mirada hacia fuera.
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