Marià de Delàs
Gabriel tenía 22 años en mayo del 68. Estudiaba literatura en Montpellier. Como la mayor parte de estudiantes franceses, se afilió a la UNEF, un sindicato que atendía tanto a las necesidades del día a día de sus afiliados como a sus inquietudes socio-políticas. Editaban textos, planificaban cursos de recuperación, defendían las condiciones vida de los universitarios, y al mismo tiempo se implicaban a fondo en la realidad política francesa e internacional.
Hijo de inmigrantes españoles anarquistas, refugiados en Francia tras la guerra civil, Gabriel vivía, al igual que tantos ciudadanos franceses, en un ambiente politizado, organizado socialmente en torno al Partido Comunista, la socialdemocracia, agrupada entonces en la Federación Democrática de Izquierda Socialista (FDGS), cooperativas, periódicos, grupos scout, casas de colonias…. A finales de los 60, el PCF obtenía todavía más del veinte por ciento de los votos.
Pero su ambiente familiar se encontraba ideológicamente muy lejos del comunismo prosoviético. Sus padres, de tradición anarquista; su hermana, comprometida en las movilizaciones contra la guerra de Argelia….
Para muchos de los jóvenes de la rebelión de mayo, la movilización contra aquella espantosa guerra marcó el inicio de una toma de conciencia crítica y militante contra el estado represor, en ruptura con el PCF…
La solidaridad con Vietnam, antigua colonia francesa, la revolución cubana, los movimientos de liberación en África, la popularidad de sus dirigentes… Fidel, el Che, Ben Bella, Lumumba … renovaban la cultura de izquierdas.
Gabriel participó en las huelgas, en las manifestaciones, en las barricadas. Lloró cuando los obreros de la Renault volvieron al trabajo. El PCF sacó del baúl la vieja consigna de Maurice Thorez: “Hay que saber poner fin a una huelga”. Como la mayoría de los estudiantes franceses, boicoteó las elecciones de junio, en las que venció De Gaulle. Se opuso a los acuerdos de Grenelle, que pusieron fin a la huelga general y dieron al traste con la esperanza de crear un mundo mas justo y solidario, a cambio de unos aumentos de sueldo, importantes, eso sí.
Al acabar sus estudios, aprobó las oposiciones a catedrático de instituto. Lo primero que hizo este nuevo profesor fue afiliarse al sindicato de la enseñanza secundaria (SNES), y a su tendencia más izquierdista, l’École emancipée.
Seguía comprometido hasta las cejas en la campaña contra la guerra en Vietnam, y eso desde una pequeña ciudad como Perpignan, donde vivía y trabajaba. A los pocos meses entró a formar parte de la principal organización de la izquierda revolucionaria francesa, la Ligue Communiste.
El Movimiento por la Liberación de la Mujer (MLF) acababa de nacer como organización. Las mujeres de su sindicato, de su organización, de su entorno… querían cambios. Los exigían. Gabriel prestó apoyo entonces al MLAC, una organización que surgió para reivindicar el derecho al aborto y la contracepción. Reivindicaban con los hechos la interrupción voluntaria del embarazo, necesariamente en la clandestinidad, y se comprometieron a defender donde hiciera falta a quien la hubiera practicado…. Recuerda que todo este movimiento conmocionó su vida personal. Su percepción de los deberes y obligaciones en su esfera íntima cambió radicalmente; su relación con las mujeres en la vida cotidiana, en su vida sexual, modificó sus comportamientos. El movimiento de los militares del 25 de abril portugués tuvo un amplio eco entre los jóvenes franceses, quizás porque, como explica, personas como él ya habían impulsado comités clandestinos a favor de la democracia en los cuarteles.
Aplaudió las manifestaciones de soldados de uniforme en Karlsruhe y en Draguignan. Animó los comités de solidaridad en contra de Pinochet y explicó a todo aquel que quiso oírle que la izquierda debía aprender de los errores de la Unidad Popular de Allende, para evitar nuevos golpes.
En las manifestaciones del Larzac, Gabriel descubrió la necesidad de buscar el equilibrio del hombre con su entorno. Se manifestó contra la energía nuclear, contra el despilfarro…
Con la huelga de los obreros de la fábrica de relojes LIP, entendió el significado de la idea de autogestión. Los trabajadores de aquella compañía ocuparon la fábrica que los patronos querían cerrar, produjeron relojes, los vendieron, se convirtieron en sus propios administradores.
También dedicó esfuerzos a la lucha contra el racismo, el antisemitismo y el fascismo, que todos creían superados tras la derrota en 1945 del régimen nazi. En 1973, el gobierno de la derecha declaró disuelta su organización, la Ligue Communiste, por su intolerancia en la calle con las organizaciones fascistas. Le Pen y su partido, ya entonces, organizaban campañas contra la inmigración. Gabriel entró por unos meses en la clandestinidad, en la Francia democrática.
Los jóvenes del 68 fueron a menudo extremadamente radicales, pero en Francia, explica Gabriel, a diferencia de otros países europeos, apenas nadie se dejó arrastrar por la senda del terrorismo.
Gabriel y sus amigos vivían muy cerca de la frontera española. Ellos asumieron la tarea de organizar redes de apoyo a los militantes antifranquistas, acompañar por la montaña a quien se veía forzado a tomar el camino del exilio, facilitar documentación falsa a quienes volvían secretamente a España, dinero, transporte de propaganda… pero nunca aceptaron el traslado de personas con armas.
El triunfo de Mitterrand en las presidenciales del 82 generó verdadera ilusión en Francia. Jóvenes y no tan jóvenes salieron a las calles de las ciudades francesas. Volvieron a entonar las consignas del 68. “Ce-n-est-qu-un-debut-continuons-le-combat”. Gabriel también estaba allí, pero esperaba algo más. “Mitterrand no me infundía ninguna confianza”. Tampoco le convencía el programa común. “Pensaba que la victoria de la izquierda desencadenaría una nueva huelga general, pero eso no sucedió”. La rebeldía no cuajó. Recuerda que no mucho más tarde tuvo que esconder en su casa durante meses a inmigrantes que el gobierno socialista quería expulsar.
Gabriel se retiró hace no mucho de una vida profesional que discurría entre la escuela, donde enseñaba literatura, y la universidad, donde explicaba semiótica. Repartía su tiempo entre la cultura, la enseñanza, las personas queridas y a la intervención política. “Nos vies valent plus que leurs profits”. Nuestras vidas valen más que sus beneficios, proclamaba recientemente Olivier Besancenot, candidato presidencial de la organización a la que Gabriel siempre perteneció, aunque con períodos de vacaciones.
Ahora tiene 62 años y sigue activo, en defensa de sus sueños. “Debajo de los adoquines, la playa”; “Sólo es el comienzo, continuemos el combate”. Da conferencias a los jóvenes sobre las experiencias positivas de la revolución rusa, sobre Rosa Luxemburgo y Antonio Gramsci, sobre la esperanza que abrió el triunfo de la revolución cubana y veinte años más tarde la de los Sandinistas. Les habla de las revueltas de Budapest y de Praga. De la Polonia de Solidarnosc. Y les confiesa que, a pesar de la leyenda, él nunca conoció al Che.
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