viernes, 9 de mayo de 2008

Ética y estética de la condena de ETA

Paco Roda es escritor y columnista.
Si un servidor tuviera cierto predicamento entre la autodenominada izquierda abertzale oficial, propondría que en el seno de las diversas estructuras de ANV se condenase sin paliativos la violencia de ETA. No es una broma. Tampoco una sobreabundancia ideológica. Ni tan siquiera un juego grosero de despiste. Es, sería, la prueba del algodón para evidenciar la perversidad del discurso políticamente correcto, para comprobar la ineficacia de ciertas estrategias políticas a uno y otro lado del llamado conflicto político vasco. Y lo propondría con luz y taquígrafos y en riguroso directo.
La no condena de la violencia de ETA por parte de ANV no se sustenta desde el punto de vista metaético. Pese a que ANV explique su dolor rechazando el término condena. Y es que detrás de la no condena no hay otra ética alternativa, ni paralela ni otra visión de la ética que justifique mirar para otro lado. Hay un blindaje político. O una ética política alejada de la moralidad consensuada. Y ese blindaje ético particular no se sostiene. Porque no se pueden tapar dos cabezas con una misma boina. Me explico.
No se puede lamentar la muerte de Isaías Carrasco y no condenar abiertamente a quien lo ha ejecutado. Porque ello es una contradicción axiomática, además de un requiebro a la lógica auto impuesto para no encarar la verdad y la realidad. Incurre ANV en la misma contradicción cuando exige la condena de la práctica de las torturas y ella no se aplica ese mismo concepto ético de condena cuando la sociedad política le requiere la condena del asesinato. Y es que para ANV no es lo mismo una cosa que otra. Cierto. Se trata de dos niveles bien distintos. El ético y el político.
ANV sabe que condenar éticamente el asesinato le lleva implícitamente a condenar políticamente a ETA. Es decir, desafiar abiertamente a quien le procura el corpus ideológico. Porque ello supone desatar un cisma de incalculables consecuencias. Por eso prefiere mantenerse en la contradicción negándola y columpiarse en el retruécano de la moralidad.
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